María
De la O
Tira tu soguilla
Que suba yo.
miércoles, 17 de abril de 2019
viernes, 21 de diciembre de 2018
María
María comía y bebía
Lloraba y reía
María salía y corría
Nadaba y jugaba
María callaba de noche
Y chillaba de día.
¡Así era María!
Lloraba y reía
María salía y corría
Nadaba y jugaba
María callaba de noche
Y chillaba de día.
¡Así era María!
jueves, 13 de diciembre de 2018
Cuerpo mío #chascarrillosdelaabuela
Bien comío y bien bebío
¿Qué quieres cuerpo mío?
Trabajar
Pues todos los gustos no se te pueden dar
¿Qué quieres cuerpo mío?
Trabajar
Pues todos los gustos no se te pueden dar
viernes, 20 de julio de 2018
El camino de la felicidad
Es la historia de un hombre que estaba harto de llorar.
Miró a su alrededor y vio que tenía delante de sus ojos la felicidad.
Estiró la mano y quiso cogerla.
La felicidad era una flor.
La cogió. Y nada más tenerla en su mano, la flor ya se había deshojado.
La felicidad era un rayo de sol.
Levantó sus ojos para calentar su cara y enseguida una nube lo apagó.
La felicidad era una guitarra.
La acarició con sus dedos, las cuerdas se desafinaron.
Cuando al atardecer volví a casa, el hombre seguía llorando.
A la mañana siguiente siguió buscando felicidad.
A la vera del camino había un niño que lloriqueaba;
para tranquilizarlo cogió una flor y se la dio.
La fragancia de la flor perfumó a los dos.
Una pobre mujer temblaba de frío, cubierta con sus harapos.
La llevó hasta el sol y también él se calentó.
Un grupo de niños cantaba. Él les acompañó con su guitarra.
También él se deleitó con aquella melodía.
Al volver a casa de noche, el buen hombre sonreía de verdad.
Había encontrado la felicidad.
Miró a su alrededor y vio que tenía delante de sus ojos la felicidad.
Estiró la mano y quiso cogerla.
La felicidad era una flor.
La cogió. Y nada más tenerla en su mano, la flor ya se había deshojado.
La felicidad era un rayo de sol.
Levantó sus ojos para calentar su cara y enseguida una nube lo apagó.
La felicidad era una guitarra.
La acarició con sus dedos, las cuerdas se desafinaron.
Cuando al atardecer volví a casa, el hombre seguía llorando.
A la mañana siguiente siguió buscando felicidad.
A la vera del camino había un niño que lloriqueaba;
para tranquilizarlo cogió una flor y se la dio.
La fragancia de la flor perfumó a los dos.
Una pobre mujer temblaba de frío, cubierta con sus harapos.
La llevó hasta el sol y también él se calentó.
Un grupo de niños cantaba. Él les acompañó con su guitarra.
También él se deleitó con aquella melodía.
Al volver a casa de noche, el buen hombre sonreía de verdad.
Había encontrado la felicidad.
viernes, 13 de julio de 2018
El labriego y sus hijos
Un rico labrador, que veía aproximarse su muerte, llamó a sus hijos aparte para hablarles sin testigos.
-Guardaos muy bien, les dijo, de vender vuestra heredad, legada por nuestros abuelos. Un tesoro se oculta en su entraña, aunque ignoro su sitio. Mas, con un poco de esfuerzo, conseguiréis encontrarlo. Pasada la cosecha, removed vuestro campo, cavadlo de arriba a abajo, no dejéis un palmo de tierra si remover con vuestras palas.
Murió el padres y los hijos cavaron el campo de abajo a arriba; lo hicieron con tal ahínco que al año siguiente la cosecha fue más grande. Dinero no encontraron, porque no lo había. Pero su padre fue muy sabio, enseñándoles, antes de morir, que el trabajo es un tesoro. (J. Lafontaine)
-Guardaos muy bien, les dijo, de vender vuestra heredad, legada por nuestros abuelos. Un tesoro se oculta en su entraña, aunque ignoro su sitio. Mas, con un poco de esfuerzo, conseguiréis encontrarlo. Pasada la cosecha, removed vuestro campo, cavadlo de arriba a abajo, no dejéis un palmo de tierra si remover con vuestras palas.
Murió el padres y los hijos cavaron el campo de abajo a arriba; lo hicieron con tal ahínco que al año siguiente la cosecha fue más grande. Dinero no encontraron, porque no lo había. Pero su padre fue muy sabio, enseñándoles, antes de morir, que el trabajo es un tesoro. (J. Lafontaine)
viernes, 6 de julio de 2018
El cuento de la cebolla
En un país oriental, donde ocurren tantas cosas bellas y se sueña despierto, había un huerto que hacía las delicias de vecinos y extraños.
Las cebollas son hortalizas muy apreciadas a causa de las múltiples aplicaciones que tienen para hacer más agradable la vida. Ellas, sencillas y humildes, guardan el secreto en su corazón.
Las cebollas, acompañadas de otras hortalizas frondosas y frescas, crecían en el huerto donde los árboles frutales, con sus frutos sabrosos y coloreados, abrían el apetito al más austero penitente. Las plantas que crecían espontáneamente tapizaban el huerto, al tiempo que conservaban su frescor. Los pájaros con sus trinos ponían la nota clave para completar la armonía del huerto.
Inesperadamente empezaron a nacer cebollas especiales, cada una de un color, de un brillo y de unas irradiaciones propias. Ante tan extraño cambio de las cebollas, los investigadores se interesaron por descubrir el secreto; y sus constantes trabajos dieron con él. Cada cebolla tenía en su corazón una piedra preciosa; que era la causa de sus vistosos y radiantes colores.
No se aceptó esta coquetería de las cebollas. Se especuló con la inadecuación, la presunción, la vergüenza de salirse del común de las cebollas y hasta con diversos peligrosos. Las espléndidas cebollas tuvieron que renunciar a su vistosa ornamentación.
Pasó por allí un sabio - sería quizás un ecologista - que entendía muy bien el lenguaje de las cebollas y diálogo con ellas. A todas les hacía la misma pregunta.
- ¿Por qué ocultas bajo tantas capas lo más bello de tu ser?
- Me han obligado a este rigor. Empecé a echar una capa, no parecía suficiente, eché la segunda, todavía no estaba segura, eché la tercera, me pareció eficaz el procedimiento y así fui superponiendo capas.
Algunas cebollas, las más tímidas, llegaron a cubrir su corazón hasta con diez capas. Casi habían perdido la memoria de su aspecto primitivo. El ecologista se echó a llorar. La gente pensó que llorar ante una cebolla a quien descubrimos el corazón es de una sensibilidad laudable. Así continuaremos nosotros, dejando caer las perlas de nuestros ojos ante las cebollas, cuando separemos sus protectoras capas.
Las cebollas son hortalizas muy apreciadas a causa de las múltiples aplicaciones que tienen para hacer más agradable la vida. Ellas, sencillas y humildes, guardan el secreto en su corazón.
Las cebollas, acompañadas de otras hortalizas frondosas y frescas, crecían en el huerto donde los árboles frutales, con sus frutos sabrosos y coloreados, abrían el apetito al más austero penitente. Las plantas que crecían espontáneamente tapizaban el huerto, al tiempo que conservaban su frescor. Los pájaros con sus trinos ponían la nota clave para completar la armonía del huerto.
Inesperadamente empezaron a nacer cebollas especiales, cada una de un color, de un brillo y de unas irradiaciones propias. Ante tan extraño cambio de las cebollas, los investigadores se interesaron por descubrir el secreto; y sus constantes trabajos dieron con él. Cada cebolla tenía en su corazón una piedra preciosa; que era la causa de sus vistosos y radiantes colores.
No se aceptó esta coquetería de las cebollas. Se especuló con la inadecuación, la presunción, la vergüenza de salirse del común de las cebollas y hasta con diversos peligrosos. Las espléndidas cebollas tuvieron que renunciar a su vistosa ornamentación.
Pasó por allí un sabio - sería quizás un ecologista - que entendía muy bien el lenguaje de las cebollas y diálogo con ellas. A todas les hacía la misma pregunta.
- ¿Por qué ocultas bajo tantas capas lo más bello de tu ser?
- Me han obligado a este rigor. Empecé a echar una capa, no parecía suficiente, eché la segunda, todavía no estaba segura, eché la tercera, me pareció eficaz el procedimiento y así fui superponiendo capas.
Algunas cebollas, las más tímidas, llegaron a cubrir su corazón hasta con diez capas. Casi habían perdido la memoria de su aspecto primitivo. El ecologista se echó a llorar. La gente pensó que llorar ante una cebolla a quien descubrimos el corazón es de una sensibilidad laudable. Así continuaremos nosotros, dejando caer las perlas de nuestros ojos ante las cebollas, cuando separemos sus protectoras capas.
martes, 26 de junio de 2018
Poemas de las muletas
Durante siete años no pude dar un paso.
Cuando fui al gran médico me preguntó:
¿Por qué llevas muletas?
Y yo dije: Porque estoy tullido.
No es extraño - me dijo -.
Prueba caminar. Son esos trastos
los que te impiden andar.
¡Anda, atrévete, arrástrate a cuatro patas!
Riendo como un monstruo,
me quitó mis hermosas muletas,
las rompió en mis espaldas y, sin dejar de reír,
las arrojó al fuego.
Ahora estoy curado. Ando.
Me curó una carcajada.
Tan sólo, a veces, cuando veo los palos,
camino algo peor por unas horas.
Cuando fui al gran médico me preguntó:
¿Por qué llevas muletas?
Y yo dije: Porque estoy tullido.
No es extraño - me dijo -.
Prueba caminar. Son esos trastos
los que te impiden andar.
¡Anda, atrévete, arrástrate a cuatro patas!
Riendo como un monstruo,
me quitó mis hermosas muletas,
las rompió en mis espaldas y, sin dejar de reír,
las arrojó al fuego.
Ahora estoy curado. Ando.
Me curó una carcajada.
Tan sólo, a veces, cuando veo los palos,
camino algo peor por unas horas.
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