- ¡Cómo sigas así, acabarás rompiéndome toda la vajilla! Saldré afuera, cogeré un puñado de tierra, lo mezclaré con agua y te haré un cuenco de barro. Así, ya no me romperás más platos.
Al día siguiente, el anciano rompió nuevamente el cuenco de barro, habiéndose hecho pedazos. Esta vez, el padre fue el que comenzó a gritarle: