- ¡Cómo sigas así, acabarás rompiéndome toda la vajilla! Saldré afuera, cogeré un puñado de tierra, lo mezclaré con agua y te haré un cuenco de barro. Así, ya no me romperás más platos.
Al día siguiente, el anciano rompió nuevamente el cuenco de barro, habiéndose hecho pedazos. Esta vez, el padre fue el que comenzó a gritarle:
- ¡Qué torpe eres! ¡Sabíamos que lo romperías! ¡Pues ahora te has quedado sin plato!
El anciano quedó desolado ante aquellas palabras, por lo que su nieta, se agachó al suelo y recogió los trozos. Cuando los padres le preguntaron el motivo, ella contestó:
- Lo recojo para cuando vosotros seáis mayores como el abuelo y se os caiga el plato al suelo. Así, no me romperéis toda la que será mi vajilla.
Ante aquello, los padres se miraron, sorprendidos y avergonzados, echaron comida sobre uno de los platos de la vajilla y se lo entregaron al anciano para que comiera en igual de condiciones que ellos.
Fuente: un cuento que recuerdo de mi infancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario