En una recóndita aldea, vivían dos hermanas jóvenes que no
habían podido ser madres y que se sentían desdichadas por ello pues, según un
dicho del lugar, “la mujer sin hijos es una fuente de desgracias para todos”.
Un día llegó allí una anciana que, de puerta en puerta, pedía algo de comer.
Las mujeres le abrieron su casa y la colmaron de atenciones. Antes de
marcharse, la viejecita les preguntó que si no tenían hijos, pues reinaba un
silencio sepulcral en aquel hogar.
─ No, nosotras no hemos tenido esa suerte ─ le respondieron.
Viéndolas tan tristes, la anciana les dijo:
─ Yo tengo una medicina para tener hijos, pero tras dar a
luz, la mujer se vuelve loca.
Pasaron unos años y la anciana regresó a la aldea y se
encontró con las dos mujeres jóvenes. La que no quiso tomar su medicina le
soltó el siguiente reproche:
─ Tú nos dijiste que quien la tomara se volvería loca, pero
mi hermana fue madre y no enfermó.
A lo que la sabia abuela respondió:
─ Lo que yo quise decir es que una madre llorará y reirá por
su criatura, la castigará y la amará. Eso es ser madre y volverse loca.
Fuente: Revista Pronto.
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