viernes, 6 de julio de 2018

El cuento de la cebolla

En un país oriental, donde ocurren tantas cosas bellas y se sueña despierto, había un huerto que hacía las delicias de vecinos y extraños.

Las cebollas son hortalizas muy apreciadas a causa de las múltiples aplicaciones que tienen para hacer más agradable la vida. Ellas, sencillas y humildes, guardan el secreto en su corazón.

Las cebollas, acompañadas de otras hortalizas frondosas y frescas, crecían en el huerto donde los árboles frutales, con sus frutos sabrosos y coloreados, abrían el apetito al más austero penitente. Las plantas que crecían espontáneamente tapizaban el huerto, al tiempo que conservaban su frescor. Los pájaros con sus trinos ponían la nota clave para completar la armonía del huerto.

Inesperadamente empezaron a nacer cebollas especiales, cada una de un color, de un brillo y de unas irradiaciones propias. Ante tan extraño cambio de las cebollas, los investigadores se interesaron por descubrir el secreto; y sus constantes trabajos dieron con él. Cada cebolla tenía en su corazón una piedra preciosa; que era la causa de sus vistosos y radiantes colores.

No se aceptó esta coquetería de las cebollas. Se especuló con la inadecuación, la presunción, la vergüenza de salirse del común de las cebollas y hasta con diversos peligrosos. Las espléndidas cebollas tuvieron que renunciar a su vistosa ornamentación.

Pasó por allí un sabio - sería quizás un ecologista - que entendía muy bien el lenguaje de las cebollas y diálogo con ellas. A todas les hacía la misma pregunta.

- ¿Por qué ocultas bajo tantas capas lo más bello de tu ser?

- Me han obligado a este rigor. Empecé a echar una capa, no parecía suficiente, eché la segunda, todavía no estaba segura, eché la tercera, me pareció eficaz el procedimiento y así fui superponiendo capas.

Algunas cebollas, las más tímidas, llegaron a cubrir su corazón hasta con diez capas. Casi habían perdido la memoria de su aspecto primitivo. El ecologista se echó a llorar. La gente pensó que llorar ante una cebolla a quien descubrimos el corazón es de una sensibilidad laudable. Así continuaremos nosotros, dejando caer las perlas de nuestros ojos ante las cebollas, cuando separemos sus protectoras capas.



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