Pavoneándose de orgullo, el cocodrilo empezó a salir cada vez más a menudo durante el día y, aunque iba completamente cubierto de lodo, el sol empezó a castigarle la piel. Poco a poco, su cuerpo quedó cubierto por la coraza de duras escamas pardas característica de estos reptiles. Tras esta transformación, los otros animales dejaron de ir a beber durante el día y ya no prestaron atención al cocodrilo.
El feroz animal, antes ufano de su piel, jamás pudo sobreponerse de semejante humillación y, consumido por la vergüenza, desde entonces, siempre que se le acerca alguien, se sumerge rápidamente en el agua dejando tan sólo sus orificios nasales y sus ojos visibles en la superficie. Y es que no hay que ser tan arrogante por algo tan fugaz como la belleza.
Fuente: Revista Pronto.
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